jueves, 5 de mayo de 2011

Los juicios de los demás

Todo comenzó cuando la gente empezó a temerle a mis licencias literarias. Mi mejor amiga me dijo que podía confiar en ella y que si estaba pensando en acabar con algunos miembros de mi familia, ella tenía un buen psiquiatra que podría ayudarme, Al principio no pude contener la risa  ya que me consideraba absolutamente normal, y creía luchar contra mis fantasmas a través de la escritura. Me negué a recibir ayuda pues estaba segura de no necesitarla. De un momento a otro fueron más los que  empezaron  a preocuparse por mi salud mental. Llegué al punto de ser detenida por la policía "de manera preventiva" y  "para evitar una tragedia" según dijo el juez. Después de explicarle una y otra vez que solo era literatura, y que era mi propio exorcismo; sin mucho convencimiento me dejó en libertad y debí comprometerme a visitar su despacho una vez por semana durante dos años, y por supuesto, a mostrarle cada una de las páginas que escribiera en ese periodo. Obviamente no se las mostré. Transcribía fragmentos de obras cualquiera y se las llevaba, él las leía con gran interés, desconociendo por completo  que yo solo le enseñaba historias de quinta. En una ocasión no aguanté el deseo de probar hasta dónde llegaba su ignorancia y a la hora de presentarme le llevé la introducción de Cien años de Soledad: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano  Buendía habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo  llevó a conocer el hielo...." el juez se mostró fascinado con esa magnífica introducción y me hizo prometerle que la llevaría a feliz término. Paralelo a estos encuentros nunca dejé de escribir acerca de lo que realmente quería escribir : mi familia. Jamás sería capaz de decirles todo lo que se habían merecido por tantos años, jamás sería capaz de cobrarles todos sus desplantes, pero asesinarlos en el papel me producía y me produce un gozo no experimentado jamás.
Me he dedicado a publicar historias que hagan felices a los demás, y después de recibir las regalías tanto económicas como adulatorias, me voy a mi casa a seguir con lo mío.

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