jueves, 18 de agosto de 2011

La llorona


La primera vez que lloró sin parar consiguió que le complacieran el capricho solicitado. Ella notó que ni siquiera su padre, amándola como la amaba, tendría la paciencia suficiente para no sucumbir ante un par de horas de llanto. Solo pasaron unos días cuando debió acudir de nuevo a su recién descubierta estrategia. La profesora envió una citación a casa por ciertas situaciones acaecidas en el salón de clase que consideró debía discutir con el acudiente. Unos segundos antes de entregar el  papel rompió en un llanto tan sonoro y dramático que su padre para calmarla le prometió que no regresaría más a ese colegio.
Llevaba varios años escudando su vida tras el llanto cuando decidió probar suerte con el hurto. Había varias cosas que deseaba tener, pero que no conseguiría con la miseria que le daba su padre todas las semanas. Fue en ese entonces cuando llegó a nuestra institución. Había sido capturada con un teléfono celular y veinte mil pesos que le había arrancado a una mujer mayor en un bus. Con nosotros solo estaría durante un par de días, mientras era trasladada al lugar donde llevaría un proceso por responsabilidad penal. Pronto fue conocida como la Llorona, se había hecho habitual que llorara por el agua fría, por el almuerzo que no le gustaba o por las razones que esgrimía cuando el psiquiatra la interrogaba acerca de su comportamiento delictivo. Nadie quería compartir su tiempo, su espacio o su almuerzo con ella, por temor a herir su susceptibilidad. Por supuesto, también lloraba por eso. El día que se decidió su traslado, inició su espectáculo argumentando no querer dejar el lugar. No valieron palabras de aliento ni toda clase de intervenciones. En un segundo, sus brazos y piernas contrahechos por la histeria y su llanto infinito cumplieron con su cometido y el traslado se detuvo. Desde entonces, intentamos sin éxito que se vaya. Ha sido testigo del traslado de muchas de sus compañeras, incluso les ha dado apoyo a las que  intentan  su mismo truco para evitar irse. No debería decirlo, pero ya me acostumbré a su llanto y tal vez lo extrañe.

domingo, 7 de agosto de 2011

Una mala inversión

Duró vestida  de enfermera varias horas después de haberse dado cuenta que él no iba a llegar.  Había recorrido varias tiendas de disfraces buscando el traje  más sexy,  más vulgar y más a su medida. Nunca había hecho nada como eso, pero complacerlo a él era lo que mas deseaba en la vida y volcó todas sus expectativas en esa noche. Él sería el doctor y ella la enfermera,  su relación había llegado a ese punto maravilloso donde cualquier cosa era posible. Ella no podía estar más complacida por su suerte, había encontrado a alguien que no le impedía vivir, solo era su amigo y su amante, no la amarraba a él nada distinto a lo bien que la pasaban juntos. Seguro sería una noche de varios orgasmos, ella le diría que quería hacer el amor en un lugar distinto de la cama como siempre y él seguro la besaría desde el instante en que ella le abriera la puerta. Ella hacía caso omiso de los defectos que había ido descubriendo en él, porque no estaba dispuesta a perder lo que tenían cuando estaban juntos. Ni cuando había estado perdidamente enamorada se sintió tan  a gusto. Algunas veces la había plantado y otras le había mentido,en ocasiones él afirmó estar en un lugar y ella lo vio en otro,sin embargo, lo justificaba con explicaciones pobres que rescataban el valor que ella le había dado a su relación. Miró varias veces el reloj, comprobó que su celular estuviera cargado y que el timbre tuviera suficiente volumen, permaneció durante un largo rato de pie para no arrugar su traje, vio demasiadas veces por la ventana y notó cómo se fue apagando la ciudad. El frío le impidió continuar con el traje puesto hasta que amaneciera, se puso la pijama muy a su pesar y las lágrimas le impidieron conciliar el sueño.
Al día siguiente cuando quiso preguntar, él respondió que estaba trabajando y que su vínculo no lo obligaba a dar una explicación, y que pensándolo bien ellos ya no eran nada.  Días después, cuando ella necesitó el dinero gastado en el alquiler del traje, se sintió estúpida y perdida.

jueves, 4 de agosto de 2011

Final

Al hombre ya se le había ido la vida cuando llegué a la puerta, de nada valieron los masajes cardiacos y la respiración artificial aplicadas mientras llegaba la ambulancia. El letrero dice muy claramente 'Centro de Emergencia Psicosocial'. Sin embargo, no es la primera vez que nos confunden con un lugar de atención de urgencias, y llega gente esperando que le salvemos la vida. He visto algunos muertos, pero este y su camisa roja estuvieron demasiado rato esperando a ser recogidos por la parca, y yo debí pasar por encima para entrar a mi oficina. Los hombres con sus trajes espaciales conversaron animadamente mientras le sacaban fotografías y  tomaban sus huellas, lo envolvieron en una bolsa, y se lo llevaron junto al que habían cargado minutos antes. No supe su nombre. Su familia, si es que la tuvo, estará enterrándolo hoy, ya deben haber olvidado si alguna vez se equivocó, incluso que se equivocó al buscar atención en un lugar de reclusión de adolescentes consumidores de droga.