Me despierto en las madrugadas empapada en sudor preguntándome si habré escrito bien Ayatollah. Me ofrezco voluntariamente a corregir los errores que veo en alguna valla publicitaria que anuncia almuerzos a cinco mil. Temo a las palabras homófonas y ocupo mi tiempo libre leyendo el diccionario de la Real Academia de la Lengua. Sin duda, mi trabajo ha empezado a afectarme.
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