Después de encontrar a Martha robando en la administración, yo estaba mas asustada que ella, pensé que me atacaría al verse descubierta. Cuando se me ordenó requisarla en el baño, recordé la primera vez, hace ya tiempo que había tenido que requisar a alguien y sentí nauseas, nunca me he acostumbrado a este trabajo.
Al ver las joyas desaparecidas, entre los senos de Martha, me gustó tener la razón, pero cuando ella empezó a gritarme y a jurarme que esa misma noche escaparía, regresó el miedo sentido unos minutos antes. Eso sí, me di el gusto de decirle que nunca me cayó bien y que no era necesario que se tomara el trabajo de escapar, que yo misma le abriría la puerta, ya que tenerla como prisionera resultaba un completo asco.
Más tarde cuando me pidieron explicaciones de su ausencia, tuve que mentir mostrando las heridas que me hizo mientras la estrangulaba al otro lado de la puerta, convencida que la dejaría ir.
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